El año 1968 en el mundo será recordado, al menos en Europa, por la cantidad de movimientos estudiantiles y sociales que estallaron al albur del cambio generacional que supondría esta época. Con una menor intensidad, esto también se repetiría en España; con todos los condicionantes que un gobierno dictatorial conlleva, sobre todo en las Universidades de las grandes ciudades como Madrid o Barcelona. Estamos, por tanto, en una época de profundos cambios, de construcción de otro mundo; de otra realidad acaso. Un momento frontera donde otro avión, como el de Manises una década después, sufrió un incidente OVNI. Y, también, sobre Valencia.
Nos encontramos en una época en la que, en España, la banda terrorista ETA comienza su sanguinario recorrido cometiendo sus dos primeros asesinatos. También, porque no todos los cambios iban a ser a peor, supone el culmen del desarrollismo español, amén de un crecimiento tremendo del sector turístico en el país. Y, con él, el crecimiento exponencial de los vuelos en avión.
Una era de cambios de gran calado. Una era, en definitiva, de transición, frontera. Y es ahí, precisamente, en la frontera entre dos mundos, cuando los sucesos que solemos tratar en el Club tienen su aparición. De hecho siempre se ha dicho que las grandes oleadas OVNI han tenido lugar en estos momentos frontera; momentos en los cuales la tensión ambiental es tanta que estos «lo que sea» se dejan ver.
El 4 de noviembre de 1968 el piloto Juan Ignacio Lorenzo Torres tuvo un encuentro con lo desconocido, con lo incomprensible, con lo estrambótico. En esa fecha, el experimentado piloto antes militar, ahora civil, tuvo un encuentro que, tantísimos años después, ha sido incapaz de explicar. Y la opacidad y las mentiras recibidas desde el ámbito de la investigación militar no ayudan a esclarecerlo.